miércoles, 25 de diciembre de 2013


No era una noche cualquiera, la Gente extasiada con el estrés  propio de las festividades se refugiaba en sus hogares esperando ver la cara de felicidad de sus familiares al romper el papel de regalo, pero en medio de la noche un grupo de personas no siente lo mismo, la nostalgia de estar sin sus seres queridos y alejados del calor de sus hogares los inunda, miles de hombres y mujeres se preocupan por los demás, esos a quienes ni siquiera conocen, esos que viven con el riesgo.

En un pequeño lugar un hombre sollozaba encerrado en una pequeña habitación invadido por la nostalgia de no poder regalarle a su familia la dicha de poder estar con ellos, sus compañeros uno a uno se turnaban para consolarlo pero todo fue en vano, nada podía con la pena de no poder estar.

Minutos después en medio de la fría madrugada veraniega suena el timbre, había que salir,frente en alto, sin lagrimas ni pesar, alguien necesitaba de la ayuda de este abnegado hombre y su grupo de compañeros. Ya en la ruta pensaba en su familia, en el placido sueño de sus hijos y en la tranquilidad que se poseía de su familia, sorteando el escaso tráfico luchando con el sueño el hombre llega a destino, se posa en la fría y agria calzada, solo, indefenso, sin mas que sus conocimientos y un bolso de atención rápida, se abre paso entre los fierros retorcidos de un pequeño automóvil nuevo sin mas uso que el de esa noche, en el asiento delantero yacía una joven madre acompañada de dos niños, pero algo andaba mal un aroma familiar le hace reaccionar y enfocando su mirada el hombre, indefenso y confundido reconoce a su mujer, sin pensarlo y sacando fuerzas de flaqueza remueve los fierros afilados, sedientos de muerte y realiza el milagro.

El hombre, ese hombre solo y triste le había regalado lo mas importante a su familia, la vida eso tan fragil, eso tan efímero que se nos va sin aviso, el amor por su familia fué mas fuerte que una tonelada de fierros afilados, mas fuerte que el terrible impacto, mas fuerte que la muerte.

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