No era una noche cualquiera, la Gente extasiada con el estrés
propio de las festividades se refugiaba en sus hogares esperando ver la
cara de felicidad de sus familiares al romper el papel de regalo, pero en medio
de la noche un grupo de personas no siente lo mismo, la nostalgia de estar sin
sus seres queridos y alejados del calor de sus hogares los inunda, miles de
hombres y mujeres se preocupan por los demás, esos a quienes ni siquiera
conocen, esos que viven con el riesgo.
En un pequeño lugar un hombre sollozaba encerrado en una pequeña
habitación invadido por la nostalgia de no poder regalarle a su familia la
dicha de poder estar con ellos, sus compañeros uno a uno se turnaban para
consolarlo pero todo fue en vano, nada podía con la pena de no poder estar.
Minutos después en medio de la fría madrugada veraniega suena el timbre,
había que salir,frente en alto, sin lagrimas ni pesar, alguien necesitaba de la
ayuda de este abnegado hombre y su grupo de compañeros. Ya en la ruta pensaba
en su familia, en el placido sueño de sus hijos y en la tranquilidad que se
poseía de su familia, sorteando el escaso tráfico luchando con el sueño el
hombre llega a destino, se posa en la fría y agria calzada, solo, indefenso,
sin mas que sus conocimientos y un bolso de atención rápida, se abre paso entre
los fierros retorcidos de un pequeño automóvil nuevo sin mas uso que el de esa
noche, en el asiento delantero yacía una joven madre acompañada de dos niños,
pero algo andaba mal un aroma familiar le hace reaccionar y enfocando su mirada
el hombre, indefenso y confundido reconoce a su mujer, sin pensarlo y sacando
fuerzas de flaqueza remueve los fierros afilados, sedientos de muerte y realiza
el milagro.
El hombre, ese hombre solo y triste le había regalado lo mas importante
a su familia, la vida eso tan fragil, eso tan efímero que se nos va sin aviso,
el amor por su familia fué mas fuerte que una tonelada de fierros afilados, mas
fuerte que el terrible impacto, mas fuerte que la muerte.
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